Si es cierto que la verdad se fabrica en Madrid, como sostiene su prensa, imagino que pronto se nos informará de que, aunque el resto seamos aún algo rústicos y un poco paletos, gracias a nuestra cercanía a la capital, hemos sido declarados vecinos numerarios de Nueva York o algo así. El milagro, que seguramente no merecemos, atiende al sabio criterio de la silenciosa Cibeles. Dicta ella así su divina voluntad y nos permite llevar a cabo un gozoso vuelo hacia esa nueva verdad, según la cual pertenecemos a aquel atractivo mundo. No es probable, sin embargo, que desde su periferia nos dejemos arrastrar tan fácil, pues somos duros de mollera y tenemos verdades propias. Tengo menos duda de que muchos castizos empezarán pronto a farfullar en inglés y de que, antes de levitar, ensayarán en sus círculos, en bares, iglesias y ministerios, como renovado grito de guerra un De Madrid al cielo con escala en Nueva York. Con él atronarán como de costumbre a toda la península. No sólo lo oiremos este lema bautismal en todas sus calles y plazas sino que nos llegará por aquí a todos, incluidas las aldeas más recónditas. Siguiendo la lógica habitual en los viejos pronunciamientos, la tropa informativa se apresurará a anunciar el próximo y maravilloso viaje y a confirmar como hecho geográfico y destino final una verdad que para muchos ya era evidente como vecindad sentimental: siempre fuimos neoyorquinos. Gracias a su esforzada labor publicitaria intentarán que el mundo así como sus paisanos más refractarios vean bajo nueva luz este bonito y remoto barrio y reluzca su identidad neoyorquina. Es verdad que ha tardado demasiado en decidirse a ser algo más, a ser consciente de su importancia y a vivir ilusionado en aquella órbita. Dejará atrás su tratamiento como simple villa y se desprenderá, bien es verdad que con algún pesar, de ese enclaustramiento provinciano que al final tanto lo ahogaba. Nos llegarán desde la Puerta del Sol declaraciones ante los medios sobre lo duro y extenuante que venía siendo lidiar con todas las falsedades promovidas desde apartados lugares como Barcelona, Sevilla, Valencia, Coruña o Bilbao. Como tendrán por seguro que la diosa los respalda y se sentirán ya situados casi en las antípodas con su recién rescatada identidad como verdad indiscutible, no verán razón para seguir soportando toda nuestra insolencia descarada, todos esos pujos nuestros tan llenos de arrogancia y, por encima de todo, el inagotable cúmulo de nuestras reclamaciones y demandas. Y si lo ponemos duda, dejarán que la diosa castiza hable, porque lo que diga sólo podrá ser la pura verdad, recién salida de fábrica, y como tal será difundida en prensa y plasmada en un glorioso titular: Madrid va camino de otro mundo, vengáis o no. En páginas interiores contarán cómo esta historia empezó cuando un ilustre periodista acudió a pedir consejo a la diosa y, ablandado por las aguas que inagotables surtían a su alrededor, acabó por llorar sin consuelo mientras solicitaba de ella su favor: Proclama tú en voz alta la verdad, diles a esos ingratos que no nos merecen. Aunque la diosa siguió muda, todos dieron por cierta la respuesta transcrita por el ilustre en su columna diaria. Y ahí fue cuando los nuevos neoyorquinos empezaron la cuenta atrás. Cada vez está más cercano el día en que, montados en el carro de la diosa, los castizos partirán rumbo a Nueva York y dejarán por fin de verse sometidos a todo esa provincianía amargada. A su paso por unos cielos aún inciertos, el pasaje viajará esperanzado a su nuevo destino y, cuando al amanecer divisen el skyline de la gran metrópoli y la estatua guardiana del puerto, todos gritarán a una y con tremendo alborozo We are finally free. Lo que no sabrán todavía en ese momento es que, apenas aviste la Cibeles la apolínea figura de la Libertad, se deshará de ellos como de un fatigoso e inútil lastre y se dispondrá a vivir su loca aventura huyendo al Pacífico con el secreto amor de su vida. Y ahí es cuando conocerán esos viajeros ilusos la más triste de las verdades, la que la prensa nunca les contó: que, sin el favor de la diosa, están condenados a seguir siempre pegados a tierra y que a lo sumo serán sacrificados dueños de lo que les queda a la vista en su meseta inacabable e inhóspita.
sábado, 25 de septiembre de 2021
Habla Periferio
Si es cierto que la verdad se fabrica en Madrid, como sostiene su prensa, imagino que pronto se nos informará de que, aunque el resto seamos aún algo rústicos y un poco paletos, gracias a nuestra cercanía a la capital, hemos sido declarados vecinos numerarios de Nueva York o algo así. El milagro, que seguramente no merecemos, atiende al sabio criterio de la silenciosa Cibeles. Dicta ella así su divina voluntad y nos permite llevar a cabo un gozoso vuelo hacia esa nueva verdad, según la cual pertenecemos a aquel atractivo mundo. No es probable, sin embargo, que desde su periferia nos dejemos arrastrar tan fácil, pues somos duros de mollera y tenemos verdades propias. Tengo menos duda de que muchos castizos empezarán pronto a farfullar en inglés y de que, antes de levitar, ensayarán en sus círculos, en bares, iglesias y ministerios, como renovado grito de guerra un De Madrid al cielo con escala en Nueva York. Con él atronarán como de costumbre a toda la península. No sólo lo oiremos este lema bautismal en todas sus calles y plazas sino que nos llegará por aquí a todos, incluidas las aldeas más recónditas. Siguiendo la lógica habitual en los viejos pronunciamientos, la tropa informativa se apresurará a anunciar el próximo y maravilloso viaje y a confirmar como hecho geográfico y destino final una verdad que para muchos ya era evidente como vecindad sentimental: siempre fuimos neoyorquinos. Gracias a su esforzada labor publicitaria intentarán que el mundo así como sus paisanos más refractarios vean bajo nueva luz este bonito y remoto barrio y reluzca su identidad neoyorquina. Es verdad que ha tardado demasiado en decidirse a ser algo más, a ser consciente de su importancia y a vivir ilusionado en aquella órbita. Dejará atrás su tratamiento como simple villa y se desprenderá, bien es verdad que con algún pesar, de ese enclaustramiento provinciano que al final tanto lo ahogaba. Nos llegarán desde la Puerta del Sol declaraciones ante los medios sobre lo duro y extenuante que venía siendo lidiar con todas las falsedades promovidas desde apartados lugares como Barcelona, Sevilla, Valencia, Coruña o Bilbao. Como tendrán por seguro que la diosa los respalda y se sentirán ya situados casi en las antípodas con su recién rescatada identidad como verdad indiscutible, no verán razón para seguir soportando toda nuestra insolencia descarada, todos esos pujos nuestros tan llenos de arrogancia y, por encima de todo, el inagotable cúmulo de nuestras reclamaciones y demandas. Y si lo ponemos duda, dejarán que la diosa castiza hable, porque lo que diga sólo podrá ser la pura verdad, recién salida de fábrica, y como tal será difundida en prensa y plasmada en un glorioso titular: Madrid va camino de otro mundo, vengáis o no. En páginas interiores contarán cómo esta historia empezó cuando un ilustre periodista acudió a pedir consejo a la diosa y, ablandado por las aguas que inagotables surtían a su alrededor, acabó por llorar sin consuelo mientras solicitaba de ella su favor: Proclama tú en voz alta la verdad, diles a esos ingratos que no nos merecen. Aunque la diosa siguió muda, todos dieron por cierta la respuesta transcrita por el ilustre en su columna diaria. Y ahí fue cuando los nuevos neoyorquinos empezaron la cuenta atrás. Cada vez está más cercano el día en que, montados en el carro de la diosa, los castizos partirán rumbo a Nueva York y dejarán por fin de verse sometidos a todo esa provincianía amargada. A su paso por unos cielos aún inciertos, el pasaje viajará esperanzado a su nuevo destino y, cuando al amanecer divisen el skyline de la gran metrópoli y la estatua guardiana del puerto, todos gritarán a una y con tremendo alborozo We are finally free. Lo que no sabrán todavía en ese momento es que, apenas aviste la Cibeles la apolínea figura de la Libertad, se deshará de ellos como de un fatigoso e inútil lastre y se dispondrá a vivir su loca aventura huyendo al Pacífico con el secreto amor de su vida. Y ahí es cuando conocerán esos viajeros ilusos la más triste de las verdades, la que la prensa nunca les contó: que, sin el favor de la diosa, están condenados a seguir siempre pegados a tierra y que a lo sumo serán sacrificados dueños de lo que les queda a la vista en su meseta inacabable e inhóspita.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario