jueves, 9 de septiembre de 2021

Sociodiversidad

Como el instinto de supervivencia manda e insta forzosamente a adaptarse, la ciudad ha ido dando lugar de forma bastante espontánea, en su relativamente breve período de existencia, a tanta sociodiversidad como biodiversidad reina en la naturaleza. En realidad, la sociedad es un complejo sistema no del todo natural, surgido fundamentalmente de la ciudad, en el que no hay especies distinguibles, pero en el que hay, por contra, castas, religiones, círculos, sectas así como asociaciones de toda índole. Entre todas ellas se han acabado estableciendo rígidas fronteras y en torno a ellas han surgido conflictos y guerras. Al margen de lo que señalen las fronteras, diferenciar una asociación de otra requiere a veces sutileza y consecuentemente un esfuerzo analítico importante y lo peor es que no existe, como pasa en la clasificación biológica, nada parecido a una clave dicotómica capaz de deslindar las costumbres y actitudes que hacen la diferencia. Es curioso que en las clasificaciones linneanas esté el hombre representado por una única especie, homo sapiens; parece casi una broma, considerando la diversidad de saberes y de ignorancias que en la ciudad se cultivan y las infinitas combinaciones de ambos con que los ciudadanos circulan por sus calles. Incluso dos individuos de sexo opuesto, aunque no sean socialmente afines, pueden procrear y tener descendencia, claro que ésta se verá sometida más tarde a la tensión que cada uno de ellos imponga por llevarla a su cuerda. Así, sorprende ver que dentro de la especie existe una neutralidad biológica, una neutralidad que no siempre se da entre los ciudadanos, en tanto que portadores del acento cultural impuesto mediante los códigos propios de su grupo social. Da la impresión de que en la actualidad, al estar la vida social enfocada y proyectada desde la ciudad, la sociodiversidad ha entrado en un proceso de expansión acelerada. Podría incluso concluirse que aquí cierta neutralidad se ha alcanzado, porque el libre albedrío personal parece sacar ventaja a los intentos de control social ejercidos por los diversos grupos. Mientras tanto, frente a esa expansión caprichosa de la sociodiversidad que rige en la ciudad, la biodiversidad se va replegando a santuarios cada vez más restringidos. Hace tiempo que estas dos tendencias han entrado en conflicto y lo que llamamos vulgarmente medio ambiente viene siendo el campo de batalla. Admitir respeto para criaturas y entes que no se pronuncian sino que calladamente desaparecen, exige códigos de conducta que son extraños, si no incompatibles, con la dinámica de grupos que la sociedad fomenta a través de la ciudad y todos sus medios de comunicación.  La pregunta urgente que todos ahora mismo nos hacemos es: ¿representa de algún modo la libertad individual, como factor medular de la vida urbana, una amenaza para la supervivencia del resto de las especies? O bien, ¿existe alguna relación inversa entre el aumento de la sociodiversidad y la disminución de la biodiversidad? Es difícil responder, pero, hablando de códigos sociales, sí que podemos afirmar que dentro de la diversidad urbana hay sectores que entienden su ejercicio liberal para con el medio en el que se desenvuelven de un modo dominante y depredador. Reprobar a esa gente es imprescindible, pero eso a veces no basta, por lo que sus pulsiones destructivas deberán de ser combatidas con reglamentos restrictivos si no queremos quedarnos solos y rodeados por un ambiente tan enrarecido y poco natural que todo lo que nos quede finalmente a la vista tenga un aire claudicante y sometido, desvitalizado.

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