El engaño nos asiste generoso en el sueño, pero no deberíamos entenderlo conforme a lo dictado por el diccionario, es decir como una falta a la verdad. Al soñar, el engaño nos ayuda ante todo a desprendernos de la realidad. Gracias a eso, dejamos avanzar a sus anchas al deseo o accedemos a realidades fantasmales mucho menos afectuosas. Pero en ninguno de estos casos nuestra verdad, la que guardamos en nuestro subconsciente, desaparece del sueño, más bien se mantiene en escena y sentimos cómo desde el fondo guía nuestro viaje. No obstante, es difícil distinguirla, porque suele acompañarnos disfrazada y completamente desarmada de lógicas. Al despertar nadie piensa que el sueño no sucedió, a lo sumo dirá que lo que sucedió no fue real, algo que es bien fácil de sostener cuando lo difícil es recordarlo. Nadie dirá tampoco que lo que le sucedió en el sueño fue mentira, pues probablemente tuvo una experiencia vívida, donde las visiones y sensaciones le llegaron con suficiente nitidez como para conmocionarle. Podrá uno decir que, como mediaba el engaño, su integridad física siempre estuvo a salvo, pero no que lo sucedido no le afectó. Ahora bien, valorar las consecuencias tras salir del engaño y reconocer la medida en que uno como soñador se ha visto afectado, es un asunto complejo que nos remite de nuevo a la verdad. Puesto que de certezas hablamos, sólo quiero remarcar que lo que era cierto en nosotros, lo que sustenta nuestra forma de ser, seguirá siendo cierto después. No digo con ello que lo percibido como verdadero más allá de nosotros no experimente alteraciones. Puede que al salir del sueño, en el desengaño, se dé, por ejemplo, una erosión de nuestras creencias. Cuando al despertar nos reconciliamos con la realidad material, nuestra conciencia trata de fijar la verdad, pero se necesita tiempo para saber en qué medida se ha visto afectada. Poníamos antes el ejemplo de los que salen descreídos del sueño. Normalmente no quieren creer que lo que el sueño ha expresado, recabando en su subconsciente, sea cierto y resumen su escepticismo diciendo que todo ha sido un mal sueño. Esto nos llevaría a reflexionar si existen los buenos sueños, pero no creo que corresponda hacer ahí distinción entre malos y buenos. Lo que sí podemos decir es que, gracias a ese engaño en que al soñar nos movemos, con algunos de ellos alcanzamos objetivos que en la realidad tangible nos resultan imposibles. A raíz del sueño nos preguntamos, y ésta es la afección principal, hasta dónde debemos creer en esa realidad, cuya ambigüedad ahora nos sorprende, pero la incidencia de esto en la verdad que establece nuestra conciencia personal es relativa. Hay, no obstante, casos excepcionales. En ellos ya no se trata de objetivos virtualmente logrados ni de deseos virtualmente satisfechos, de lo que hablamos es de visiones que proyectan su potente imagen sobre la realidad material y que inducen a algunos soñadores visionarios a abrazar nuevos criterios de verdad. Cuando esa verdad se afirma en su conciencia, corren el severo riesgo de provocar terribles efectos al sobreponer, o imponer si pueden, su frágil sueño en la esperanzada realidad que comparte con otros.
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