martes, 28 de septiembre de 2021

Anonymus


Anonymus, Miklós Ligeti, 1903
Castillo de Vajdahunyad, Budapest

Desconocemos el nombre del monje que, por encargo del rey Bela, escribió las primeras crónicas sobre la historia húngara, recogidas a la sazón en sus Gesta Hungarorum. El historiador ha pasado en este caso a la propia historia de las crónicas como Anonymus o Magister P y sigue especulándose sobre la identidad de este «fiel servidor» del rey Bela. Por otra parte, ni siquiera se sabe a ciencia cierta si se trata de Bela II o Bela III. A estas alturas lo único que se puede asegurar es que el manuscrito es de finales del siglo XII y que, con las licencias típicas en los cronistas de la época, combina la tradición oral con las invenciones propias del autor, por lo que podemos dejar a éste cabalgando sobre los hechos, y según convenga, como literato o como historiador.
Al margen de la identidad del cronista, merece también atención la escultura de Ligeti. Ya a primera vista, se adivina en la figura su alto rango por el porte majestuoso con que se exhibe. Añadamos a ese porte el aire relajado con que toma asiento en ese trono de mármol, relajo que parece deberse a algún receso en su intensa labor. La blancura y la sencillez geométrica del asiento hacen ver que en el rigor y la transparencia ha encontrado la anónima figura su soporte indispensable, mientras que el oscuro bronce con que está creada despliega una acabada combinación de frunces y pliegues, que apuntaría figuradamente a la complejidad y la gravedad de su escritura. Sólo hay que fijarse en cómo en la mano derecha destaca la pluma, el instrumento esencial de su oficio, mientras que bajo la derecha aparecen amontonadas las hojas sobre las que ha ido redactando su crónica. A partir de ahí, levantando el punto de mira, la estatua se torna un tanto siniestra al mostrar a un cronista encapuchado, del que se nos niega el acceso a su rostro y consiguientemente su identidad. La leyenda inferior ratifica la voluntad de honrarlo en público, pero a la vez que se le nombra Anonymus y se le aleja del conocimiento general. 
Estamos, por tanto, ante un modo, sin duda peculiar, de honrar y rendir tributo a un autor, algo que tendría el mismo sentido tanto para historiadores como para literatos. Sin embargo, por muy peculiar que parezca, este modo no está exento de virtudes. Y es que, pensándolo un poco, eso de ponernos delante una figura evocadora que ha sido sustraída a conciencia al homenaje personal hace que la evocación lleve nuestra mente en otra dirección bien distinta. Para ver hacia dónde va fijémonos, pues, un poco más en esas virtudes. Entre ellas, sería la primera y principal la de que a la noticia del autor se antepone la importancia y el relieve que merece su obra. Como segunda virtud, y no menor, podríamos considerar una que afecta a todos los autores por igual, pues la estatua exhibida pasa a dignificar y a conceder carácter magistral al oficio de escribir, evitando mediante el anonimato explícito cualquier maniobra de exaltación personal. Además, con independencia de su valor artístico, la estatua aporta cierta épica, una épica que hasta ahora parecía reservada al soldado desconocido, pero que pasa a enaltecer en este caso la sufrida figura del «escritor anónimo». 

No hay comentarios:

Publicar un comentario