¿Tan difícil es de entender? Es así: el enfermo, que viene contemplando su deterioro y soportando a duras penas la escalada imparable del dolor, no siempre será capaz de atemperarlo y menos de admitirlo como umbral obligado a una suerte de beneficio ilimitado. Orientar la mirada hacia un mundo mejor sólo puede ser un modo de distraerse y escapar del encierro que nos mantiene frente a una alimaña que no sólo nos hiere sino que nos humilla y reduce por debajo del mínimo tolerable nuestra conciencia, nuestra autonomía y hasta nuestra condición humana. Además, ese alivio dura poco. Y quien ni siquiera se sienta animado a deambular por esos paraísos de fantasía libres de todo mal, irá viendo, en el mejor de los casos, cómo su situación se estanca en la calamidad. Tarde o temprano entrará en un estado de pervivencia amortiguada o simplemente llana y, para cuando entre, seguro que querrá tener a mano la posibilidad de contar con una última bala para romper el cerco de esa realidad afilada e implacable, aunque se lleve por delante su futuro y amargue la memoria de quienes compartieron su pasado.
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