Recalas en rutinas, sigues patrones que hace tiempo que tú mismo te construiste para que te sirvieran de paisaje de fondo. Llegaste a creer que todo eso componía una realidad y que libremente disponías de ella como de algo propio. Pero la vida siempre es ahí demasiado previsible y monótona; tanto que nunca puedes estar seguro de que lo que haces a diario, ese concierto de movimientos convenidos y acciones secuenciadas, sea realmente vivir. Y si al final ese vivir no es realmente vivir, será porque tampoco esa realidad tuya es una realidad que ofrece oportunidades reales de vida. No es que vivas en ella virtual o imaginariamente, lo que pasa es que sientes tu vida tan falta de pulsiones inesperadas, cambios atípicos y salidas discordantes que notas tu pulso cada vez más sometido al ritmo y mandato del reloj. De esa carencia nacen innumerables fantasías y deseos. Las fantasías las aprovechas para recrear mundos y disponerlos como escenarios, porque intuyes que quizá ahí podrías vivir. A continuación dejas correr por ellos tus deseos como por un aliviadero. Cuando tu imaginación se agota y todo acaba de discurrir es como si la luz que te guiaba se apagara. Te ves entonces de nuevo en el centro de un mundo anodino y conocido, completamente rodeado por la realidad de siempre. Es además esa realidad tan paradójica que, aun siendo el armazón que sostiene tu vida, sientes que la sobrellevas como una tremenda carga. En esa situación sólo tienes dos salidas: vivir ahí mismo otra vida alternativa o buscarte otro mundo que dé pruebas de ser lo suficientemente real como para sentirte en él integrado y no verte devorado por una vana ilusión. Para vivir otra vida puede que no haya que ser un gato, pero lo que sí se requiere es un plus de vivacidad, algo que a ciertas edades apenas fluye con facilidad. De igual modo que patrullas por tu realidad siguiendo día a día rutinas y patrones, el resto de tu comportamiento también parece animado por resortes. Y por eso mismo, en cuanto pierdes la tensión original, acabas deambulando como un autómata, como una figura articulada frente a un fondo desvaído y sin relieve. Aparece entonces in extremis una última solución: ¿por qué no alimentar tu vida con realidades ajenas? A tu alrededor hay muchas y bien variadas. Si te decides, probablemente parasitarás en primer lugar a los próximos. A través de sus vivencias, vivirás tú momentos que tu realidad hace tiempo que declaró imposibles. De ese modo te verás inmerso en audaces singladuras, algunas de las cuales te llevarán hasta ultramar, a territorios de postal, a mundos donde lo tantas veces imaginado se vuelve real. Y así harás pie en tierras remotas y conocerás gentes insólitas, cobrando vida en ti las páginas de los viejos libros y de las modernas revistas de viajes. Creerás estar viajando tú, por ti mismo, sin advertir que es el avatar elegido el que recorre libremente su propio mundo. Prepárate, porque en algún momento te hará entender que no fue él quien decidió compartirlo, que viajas acomodado en su mochila y que de vez en cuando pesas más de la cuenta con tus persistentes consejos, indicaciones y sugerencias. Así que no te extrañe que en algún momento pase de ti y no te lleguen mensajes desde ese mundo ajeno. Y será entonces cuando toda esa realidad, que en calidad de parásito disfrutabas y que con tanto interés alimentabas, se te venga abajo.
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