Las desgracias se iban acumulando y el daño era tan patente y cercano que empezó dudar de sí mismo, de su capacidad para hacer frente a la situación. Por suerte, la aparición providencial de unas máquinas, que atravesaron la escena subsanando y corrigiendo el avanzado deterioro, le tranquilizó. Tenía que reconocer que había sido demasiado ingenuo y despreocupado, que los acontecimientos se le habían venido encima. Pero ahora todo parecía haber encontrado feliz remedio. Con aquellos artefactos actuando a pleno rendimiento, empezó a sentirse, por primera vez en mucho tiempo, un poco más seguro. Decidió, pues, que el final de su crisis merecía una declaración enfática: «Aunque hayamos dado sobradas pruebas, ya nunca nadie podrá tacharnos de ineptos y de parecer cada vez más tontos mientras sigamos contando para nuestras tareas con la asistencia incuestionable y generosa de la inteligencia artificial».
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