De la voz banal dice la RAE en su diccionario lo siguiente: trivial, común, insustancial. No hace falta ser Hanna Arendt para denunciar dicha definición por dejar en trivialidades las oscuras versiones que de la banalización hemos conocido y cuyos daños, tomándola como referencia común, quedarían convertidos en triste pero fortuita consecuencia de circunstancias triviales, comunes e insustanciales, y carentes, por supuesto, de relieve moral alguno. Parece evidente que, gracias a esa definición tan insustancial, la banalización viene a ser el método ideal para absolver cualquier acción éticamente dudosa al desvirtuar con su simple calificación el sentido de aquellos relatos que intentan denunciar dicha acción.
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