Era tan fija y obsesiva su mirada que, cuando le pregunté «¿ves algo?», su hondo y prolongado silencio me hizo temer que presentara quizá un principio de ceguera. Daba la impresión de estar escrutando el horizonte como si proyectara su vista a través de un enorme telescopio, como si estuviera empeñado en perforar aquella línea para pasar al otro lado. Tan obcecado estaba de hecho que tuve que insistir varias veces antes de obtener respuesta. No esperaba gran cosa, sólo quedarme tranquilo con algún signo de que no se había quedado paralizado o traspuesto, de que su mente no se había perdido en el espacio profundo a fuerza de perseguir alguna rara luz. De pronto reaccionó y rompió su silencio. Al principio eran palabras entrecortadas, casi balbuceos ininteligibles. Presté entonces más atención. Hablaba como un oráculo, como si estuviera teniendo una revelación. Finalmente algo fui entendiendo: «...ya llega. Por fin. Es ella, siempre reina y señora. Y viene envuelta en sus mejores galas. Luminosa y astral...». Ahí le cambió el gesto: «Pero, espera... ¿qué es eso que arrastra? ¿qué es esa estela turbadora? Parece sangre. Me habían avisado. No creí que algún día lo vería... Sí, definitivamente, se ha consumado otra vez. Otra vez se repite la tragedia. No sé si quiero ver más, prefiero acabar ciego». Poco a poco había ido levantando la voz hasta acabar entre gritos: «¡No estaremos seguros hasta que no vuelva a su palacio oscuro!». Por primera vez giró la cabeza, probablemente para evitar aquella imagen lacerante, y volvió hacia mí su rostro angustiado como si precisara ayuda urgente. A mí sólo se me ocurrió entonces preguntarle: «Pero dime, ¿quién es ella? ¿es la muerte acaso? ¿viene a por nosotros?». Calló. Estaba terriblemente abatido. Sólo miraba al suelo, parecía no escucharme. Tuve que insistir hasta que por fin continuó con su balbuceo: «Es ella, llega disfrazada, disimula su furia entre inocentes y vaporosos lienzos blancos, pero, mírala bien, trae su vestido ensangrentado... ¡Y además ahora se alza, y avanza! La tenemos ahí mismo, deslumbrante, ¿es que no la ves? Poco le importa haber dejado atrás toda la tierra sumida en riguroso luto. ¡Tantos y tan cotidianos son sus crímenes! Y ahora viene y pretende abrirnos los ojos, ella que es la reina de la oscuridad. Es inútil enfrentarse a ella, es demasiado atractiva. Todos se extasían mientras claman «¡recibamos con alegría a la aurora!». Yo prefiero no verla. A no tardar nos hundirá otra vez en las tinieblas. Ya lo verás».
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