Sabina y Sandra Caula abren el interesante artículo acerca del factor dominante en la evolución de las especies, que ayer publicaba el New York Times (Más Margulis, menos Darwin, https://www.nytimes.com/es/2021/07/18/espanol/opinion/pandemia-cooperacion.html), con la siguiente pregunta: ¿Los descubrimientos científicos determinan nuestras visiones del mundo o pasa lo contrario?
Si aceptamos que sólo en el marco de una concepción filosófica, cuando no teológica, llegamos a tener una visión completa del mundo, la pregunta bien podría formularse de forma aún más sencilla: ¿Es la ciencia la que determina una nueva concepción de la naturaleza y la sociedad o, por el contrario, es la concepción filosófica mediante la cual interpretamos ambas la que determina la orientación, los fines últimos de la ciencia y consecuentemente sus descubrimientos?
A nadie se le oculta que Darwin y su teoría tienen que ser de algún modo deudores del mundo victoriano y del impacto social que tuvo la revolución industrial. En el seno de ese mundo viene a ser natural que su teoría de la evolución
esté determinada por un factor capital: la selección natural. Dicha selección traslada al nivel argumental y científico la competencia entre especies, que no es sino un efecto de la que se da naturalmente entre individuos. Al fin y al cabo esa competencia podía entonces parecer natural, puesto que era la norma que regía entre los individuos. Ver los hallazgos científicos, sobre todo cuando son de orden teórico, a la luz de su contexto histórico puede resultar, como en este caso, esclarecedor. Evidentemente, el marco histórico en el que Margulis introduce sus teorías sobre el origen cooperativo de las células eucariotas es bien diferente. Estamos en pleno siglo XX. Quizá no fuera disparatado decir que, al apuntar ella a la cooperación como factor decisivo en la formación de la célula, se está queriendo destacar la importancia del marco de desarrollo, un marco que en niveles superiores al celular pasa a ser social y que, atendiendo a este criterio cooperativo, no tiene por qué estar sometido a un régimen exclusivamente competitivo.
Trasponer las teorías sobre especies y células y buscarles reflejo en el nivel que más nos interesa, en el de los individuos, requiere muchas más páginas y mucho más conocimiento de los que yo pueda dedicarles aquí. Pero, mirando a la sociedad, creo que es de particular interés esa oposición existente entre competencia y cooperación. Si la primera ha sido señalada, a través del principio de selección, como el factor determinante para la evolución de las especies y parece estar inscrita en nuestra genética, la segunda ha pasado de ser un factor simbiogenético oportunista a tener un alcance decisivo como impulsor del desarrollo celular. Con todo esto, es evidente, y las autoras así lo señalan, que al poner frente a frente competencia y cooperación se están enfrentando también dos formas de generar una sociedad. A la vista de la historia reciente, se diría que la sociedad fruto de la competencia es divisiva e individualista y recurre en su desarrollo a factores que dimensionan y evidencian los éxitos sobresalientes. Mientras tanto, la sociedad cooperativa, que en sus formas evolucionadas se presenta como un cuerpo complejo y marcadamente jerarquizado, está animada por un espíritu cuyo fin no se traduce en la supervivencia del más fuerte sino que busca la supervivencia como sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario