Cuando las vivencias no abundan es difícil escribir sin salirse de lo que ofrece el noticiero. Desde luego ése es un guion siempre a mano. Tirando de él, uno va a parar inevitablemente a la última noticia. Nada de coger vuelo y ponerse a pensar un poco más. Sea lo que sea sobre lo que uno ha escrito, cuando lo repasa más tarde tiene la impresión de haberse mantenido en superficie, sin ahondar. El interés y el acierto que creía haber imprimido al texto parecen haberse esfumado. Aunque diera en el clavo, uno se queda con la idea de que perdió una excelente ocasión de remacharlo. Seguir la actualidad de cerca impide un mínimo distanciamiento y sin él sólo quedan a la vista los hechos. Y así no hay reflexión de peso ni asomo de ironía. Pasa lo que les pasa a los columnistas, que para destacar su argumento acaban por recurrir a la caricatura, el pataleo o el exabrupto, normalmente ad hominem, degenerando con preocupante frecuencia en el insulto explícito o velado. Aquí, por lo menos, lo que uno propone se queda, hasta donde sé, en un marco discreto, casi privado. De lo que estoy seguro es de que, si echo mano de esos mismos mimbres improvisados, lo que mi cesto recogerá en el fondo sólo será un fangoso poso de pensamiento frustrado.
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