Como no es algo tangible, no llegamos a saber a ciencia cierta si el cerebro se nos está o no ablandando. No obstante, conviene prestar atención, porque se observan en él signos de fluidez cada vez más sospechosos. Hablamos de movimientos hacia posiciones relativas, con condiciones mudables y soluciones ligeras, que permiten encauzar la mente para que busque inmediato y feliz alivio en salidas especulativas. Evidentemente, todo esto representa para el preciado órgano gris un peligro muy cierto. No sería de extrañar que, empezando por los casos más extremos, esa brillante corona, desde la que desplegamos —no lo olvidemos— nuestras luminosas ideas, se acabe disolviendo para ganar otros mundos más versátiles y dóciles, quizá oscuros pero definitivamente líquidos.
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