La oposición entre razón e intuición es un tema antiguo y la conciliación entre ambas nunca ha acabado de cuajar. A la hora de inventar, la intuición parece ganar la partida, pero todos conocemos también inventos que no se tienen en pie. La razón, aunque más lenta en su desarrollo, es la que da a la invención fundamento y crédito. La versión más jocosa de esta oposición nos la da Bergamín en uno de sus Aforismos de la cabeza parlante. Partiendo de la idea de pensamiento, distingue entre pensamiento-ardilla, «el que sabe andarse por las ramas», y el pensamiento-larva. El uso de ese lenguaje metafórico añade connotaciones dispares a cada una de estas dos formas de pensar. Mientras el primero es, según Bergamín, un tipo de pensamiento que se mueve con «limpieza, ágil y ligero», el segundo lo hace «con torpeza, lentitud y miedo». Nadie me va a negar que, frente a las connotaciones del primero, éstas segundas resultan peyorativas. Es casi seguro que a Bergamín, a la hora de pensar, le seducían más las iluminaciones fugaces que los devaneos sesudos. Hay una diferencia enorme entre alimentar el ingenio y forjar un proyecto. Para lo primero conviene que la intuición esté presente, para lo segundo la razón es un factor imprescindible. Cuando miramos a la sociedad, esa oposición nos remite a otra distinta. De algún modo los frutos de la razón acaban por ser bienes públicos, mientras que los destellos de la intuición siempre tienen algo de ocurrencias personales. En todo caso, lo que conviene saber es que, a pesar de impulsarlo, ni la intuición ni la razón aseguran el éxito del pensamiento, que a veces encalla y acaba en sonoro fracaso. Es muy probable que sea más fácil desnortarse siguiendo intuiciones, pero eso no significa que, atraído por razones de conveniencia o por el sentido común (siempre tan moldeable), no pueda toda una sociedad apuntarse al delirio. Ya sabemos que la intuición carece de proyecto y que fiarlo todo a ella es abonarse al fracaso, pero nos cuesta creer que la derrota de la razón también es posible. Que se da es algo que podemos saber atendiendo a ciertos signos que lo denotan. Pensemos, si no, en esos casos en que se nos pretende hacer creer que se progresa y al mismo tiempo se nos conmina a seguir alguna razón superior que argumenta: «si es conveniente, no veo qué falta hace que sea verdadero».
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