Incluso a plena luz del día hay bosques que tienen un aire siniestro. Algo extraño flota en ese ambiente. Al final de la tarde quizá sea un hervidero de vida, un escenario de tragedia, y es casi seguro que cada noche se reparten entre muchos animales los papeles de víctimas y verdugos. A la hora que hemos paseado por allí, cerca de mediodía, el silencio era dominante. Escasos cantos de pájaros y por contra bastante tintineo de esquilas, sobre todo al llegar al prado. Han maniobrado mucho en él, lo he encontrado cambiado. Supongo que pretenden proteger la turbera, pero la impresión es que cada vez hay más vallas y obstáculos. Ah, y más vacas. Ahora que todavía pueden, ellas disfrutan tranquilamente de su espacio. A pesar de ser agosto, no había ningún humano rondando. Vamos, como de costumbre. Para mí no deja de ser un aliciente, porque en estos lugares la compañía que no se elige, la ocasional, si no es de alguien que vive cerca y trabaja en el prado o el bosque, casi siempre molesta. No quisiera extenderme demasiado sobre mi rendimiento físico, pero algo debería decir ya que estoy haciendo la reseña. Así que me conformaré con decir que cada vez es más lamentable. Para alguien con una vida por demás sedentaria, estas salidas son sin duda estimulantes, me inyectan vida, pero me dejan también claro mi pésimo estado de forma, mi merma de facultades, que por cierto nunca han sido destacables. Por otro lado, ¡qué podía esperar si llevaba más de un mes sin salir! He recibido, pues, algo parecido a un tremendo sopapo, aunque mi orgullo era ya en este tema tan escaso que apenas se ha visto resentido. Con el fuelle alterado y parecidas molestias a las que traía, hemos cogido el montante y nos hemos vuelto para casa. Llegarán días mejores. Seguro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario