domingo, 8 de agosto de 2021

Teobaldo

Hoy llamo desde aquí a los hijos del viejo reino. A ver, ¿quién de vosotros se acuerda del rey Teobaldo? Nos contaron glorias y proezas de su tío Sancho mientras visitábamos la Colegiata de Roncesvalles. Todo ello mientras nos mostraban la estatua yacente que reproduce su monumental figura yacente: más de dos metros, todos lo recordamos bien. Eso es lo único que queda del mausoleo original, del que fue encargado construir precisamente por su sobrino Teobaldo. Del fornido Sancho siempre han interesado más su destreza con las mazas frente a los almohades infieles y su historial bélico que las negociaciones políticas y los posteriores conciertos que alcanzó en Aquitania y Francia. De su sucesor, sin embargo, interesa realmente muy poca cosa, al punto de ser presentado casi como un extraño entre la realeza peninsular. Por si no bastara con ser originario de Champaña, están constatadas sus dotes de trovador y, para colmo, en langue d'oil. Para muchos de los que alardena como hijos del reino son estos unos atributos imperdonables. Es como contraponer la fuerza genuina de un gigante a la delicadeza cultivada de un duendecillo. Debido a nuestro gen republicano podríamos hasta excusar que se haya ninguneado a Teobaldo como rey, pero no vemos excusa para que no se nos hayan dado a conocer sus preciosas canciones. Pienso si no hubiera sido mejor reservar aquella admiración, que con tanto empeño se nos inculcó hacia Sancho, para dedicársela a Teobaldo, el trovador. Como de nada sirven esos halagos si no ofrezco pruebas de su pericia, ahora mismo las presentaré. Para ello voy a mostrar tan sólo una canción. Trata del unicornio y está basada en una leyenda medieval sobre esa rara criatura. Se decía en ella que sólo gracias a una doncella virgen se podía dar caza a esta fiera, aunque el procedimiento era sumamente singular. Se suponía que la criatura se sentía atraída por el pecho virginal de la doncella. Ella, exhibiéndose desnuda a plena luz, lo atraía hasta su seno y en el momento en que lo estaba amamantando es cuando por detrás surgía el caballero que acababa con el unicornio. Esa es justamente la escena que vemos en esta miniatura del Bestiario de Rochester de 1230.
Antes de pasar a la canción de Teobaldo, algo deberíamos decir sobre el propio unicornio y su valor simbólico. La iconografía disponible es muy antigua y amplia, pero en todas las representaciones se intenta destacar, junto a su elegancia, su salvaje poderío. Las interpretaciones sobre el episodio de su caza son también diversas. Algo alambicada y teológica es la cristiana que ve en él a Cristo, que rinde todo su poder en el regazo de la Virgen y de ese modo puede ser atrapado y reconocido por quienes le aman. Tampoco en las demás, particularmente en la tradición céltica, falta esa combinación de pureza e inocencia por un lado y de poder imbatible por otro. El episodio de la caza representaría la dificultad y el sacrificio supremo que supone para el hombre conjuntar esas dos facetas. Bien podría decirse, ya que tenemos a dos reyes en escena, que el caballero que busca en el unicornio a su imposible sucesor sería Sancho, mientras que el papel del unicornio le correspondería a Teobaldo, que se sacrifica como rey, tras acercarse a la corona. En realidad es el mismo Teobaldo el que afirma serlo, pero no tal y como yo lo acabo de interpretar sino con un sesgo amatorio más acorde con la versión tradicional.
Fijémonos con atención, si no, en la letra de la canción, cuya traducción aproximada podría ser la siguiente:

Soy como el unicornio
extasiado ante la doncella
de la que no despega sus ojos.
Ella siente tan dulce malestar
que cae inconsciente en su regazo
cuando a él se le mata a traición.
Y muerte parecida me dan
los amores y mi dama en verdad:
tienen mi corazón y no lo puedo recuperar.

Para completar la presentación, aquí tenemos como suena


Unicorne, Thibaut de Champagne, Le Chansonnier du Roi, s. XIII.
Interpretado por Faun, del album Totem.

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