El eminentísimo y muy honorable Sr. Dr. D. XX, que en gloria esté tras su brillante y benéfico paso por este mundo como esforzado paladín, desinteresado campeón y reconocido defensor de las más nobles causas, es el mismo que como humilde criatura se avino a cagar aquí. Frente al anterior cartel, un oscuro y maloliente agujero da fe de que bien pudo ser lo que en él se cuenta y de que otros han seguido el ejemplo con la intención probable de rendirle cumplido tributo. Ahora mismo son legión los que, ante la histórica poza, esperan pacientes. Por razones obvias, y a pesar de sus apuros, se van acercando de uno en uno, muy serios y en riguroso orden. Cuando le toca su turno, el afortunado se coloca mientras lanza un hondo suspiro al cielo en memoria del difunto. En ese breve lapso de tiempo, consigue además agacharse, deponer presto y levantarse ligero, ajustándose convenientemente el refajo. Nada más salir del retrete, tras asearse y ser rociado con perfumes, pasa a recoger el boleto donde queda señalado el día y hora de su generosa contribución y certificado su sentido homenaje.
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