El espíritu inquieto siempre intenta imaginar nuevos equilibrios, presentándose como desasosiego lo que sólo es frenesí creador. Si sientes que algo vivo se te revuelve dentro y no sabes qué es, piensa mejor en un pájaro. Piensa en él yendo de rama en rama, mientras canta y revolotea. En su continuo vagar vas viendo cómo va y viene, y cómo tan pronto sube como baja, hasta que de repente, en algún momento, se detiene y se posa en una rama, porque algo nuevo vislumbra. Imagínalo y retenlo un rato ahí arriba, asomado al vacío, mientras imagina para ti mundos que, como por encanto, surgirán pronto bajo tu mirada. No te preocupes por él, no esperará mucho ahí, porque no sabe de esperanzas. Las alas le llevan de un mundo a otro, eso significa volar. Así que fíjate y, si es posible, aprende. Poco ha tardado en abandonar la cómoda rama y lanzarse al vuelo libre en busca nuevos y arriesgados equilibrios. Cuando un destello fortuito le sorprende, su inspiración lo resuelve con un giro radical, al que le sigue un nuevo giro y después otro y otro más. Y así, con la misma agilidad con la que acude a los súbitos destellos, va sorteando los obstáculos. Al final él se va y por fin crees haber recuperado tu sosiego, pero lo que ahora te toca es observar. Así que observa, si puedes, el rastro que ha dejado en el aire. Era para ti y sólo tú puedes seguir el curso invisible de esas delicadas curvas, de las trazas y los pasillos que el pájaro ha creado. Piensa que, si no los aprovechas tú, nadie nunca más los descubrirá y esa creación se perderá.
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