lunes, 16 de agosto de 2021

Inicios y arranques

Pongámonos en la antesala de cualquier actividad. Están los que dicen que la inician, que la comienzan o que debutan y frente a ellos están, y probablemente son hoy mayoría, los que arrancan, los que en su arranque parten de manera incontenible a una desconocida carrera. El inicio siempre puede ser paulatino, suave y progresivo; da la impresión de que esos son atributos que el arranque nunca podrá tener. También en las novelas, al igual que en las actividades, hay inicios y hay arranques, y en proporción bastante desigual, porque abundan decididamente más los primeros que los segundos. Escribir inicios suele ser más plácido: se describe el escenario, se van conociendo los personajes y poco a poco se va entrando en acción. Por el contrario, en el arranque se señala a dónde apunta el relato, dotándolo, si uno se da maña, de profundidad, o bien se procede a una inmersión brusca y radical en la historia, con cierta carga de intensidad.
No voy a iniciar una tesis sobre este asunto, aunque es evidente que hay material de sobra sobre él. Arrancaré simplemente citando a D. Lodge, quien en El arte de la ficción dice: «El comienzo de una novela es un umbral, que separa el mundo real que habitamos del mundo que el novelista ha imaginado. Debería, pues, como suele decirse, "arrastrarnos"». Bien, me quedo más con ese umbral divisorio que con el interesado arrastre. Una cosa es que esas primeras líneas produzcan hondo impacto y otra que se nos quiera agarrar por el cuello. No me gusta que nada ni nadie me agarre por el cuello, no responde a mi interés. Cuando descubro ese truco, abandono y me largo. Pero, volviendo al grano, estaría, por un lado, la introducción más o menos convencional del cuadro en que se desarrolla la acción y, por otro lado, el señalamiento de las líneas de fuerza que conducen esa acción. Voy a poner dos ejemplos para que esto quede más claro.
La introducción en el cuadro requiere una morosa y bien adjetivada presentación del mundo en el que se va a desarrollar la acción. En cierto modo es el inicio clásico, como clásico es H. Broch en estas primeras líneas de La muerte de Virgilio
Azules como acero y ligeras, movidas por un viento contrario suave y apenas perceptible, las ondas del mar Adriático habían corrido al encuentro de la escuadra imperial, mientras ésta se dirigía al puerto de Brindis, dejando a la izquierda las chatas colinas de Calabria que se acercaban poco a poco.
De otra naturaleza, mucho más próxima al arranque, es ese señalamiento previo de las fuerzas. Con ese fin, algunos autores prefieren proponer la cita de algún clásico como punto de partida, mientras que otros prefieren disponer las fuerzas en su propio sistema de coordenadas. En estos últimos casos conviene ser breve y contundente, y en esta línea ningún ejemplo creo que supera lo escrito por J. E. Rivera en su novela La vorágine:
Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia.
Se puede decir más, desde luego, pero no se puede negar que el «arranque» marca con absoluta claridad los tres ejes de desarrollo, a saber, la mujer, el azar y la violencia. Y esa es su gran virtud, la que hace de este arranque un inicio verdaderamente memorable.

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