Nada de lo mucho que Heliodoro de Cirene escribió consta en los cuantiosos y atiborrados ficheros de nuestra biblioteca general. Navarra, siempre tan intrigada por el pasado sea o no glorioso, tan leída y culta ella, te ignora a día de hoy olímpicamente, Heliodoro. Mejor que en gloria estés y que la disfrutes, porque aquí, aunque trepes a lo alto de la estatua de los Fueros para lanzar desde allí sesudas advertencias y reclamos, ya no pintas nada. Hazte a la idea, simplemente eres humo, ya no existes.
No es fácil ni demasiado útil escribir sobre nosotros. Alejandría quedaba muy lejos de estas montañas empinadas. Aquí nadie había oído hablar de Homero, los nuestros eran fieros pero no figuraban entre los guerreros aqueos. Después de ti nos han predicado mucho, con promesas de todo tipo, para que seamos buenos y sobre todo más dóciles. De oídas sobre lo que pasaba fuera y a base de lo que hacíamos dentro, hemos acabado cogiendo cierto lustre. Sabiduría propia, más bien rústica, que no modesta, aunque siempre dentro de nuestros lindes. Te dirás por qué nunca te hemos invitado a volver, cuando tanto provecho se podía sacar reactivando la vieja y prolífica conexión iberoegipcia, o vascogriega a voluntad. Fuiste tú el que dijiste que el mundo sólo podía ensancharse buscando, mar adelante, un segundo polo, otro ombligo medular, y hasta aquí mismo te viniste. Tierra hostil esta que tú señalaste, que tan bien conociste y que hoy te desconoce. Quedan, eso sí, las viñas que plantaste. Buen vino y buenas juergas. Y mientras tanto, tus libros cogiendo polvo, todos suponen que en nuestra biblioteca.
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