La idea de hacer revivir algo deja en nuestras manos poderes propios de los dioses. Creemos de algún modo que en ese intento nuestro podemos ser capaces de hacerlo mejor que ellos, de enmendarles la plana. Tales elucubraciones avanzan ajenas a la cuestión que en esto parece central: ¿qué es lo que podemos nosotros hacer revivir? Y ahí ya no sólo se cuestiona nuestra capacidad sino cuál es la materia que pretendemos recuperar para la vida. Seguidamente nos preguntamos: ¿de veras la merece el esfuerzo o mejor que siga inerte? Aunque nos las damos de divinos y de tratar de crear un futuro mejor, a la hora de hacer revivir criaturas actuamos con franca torpeza. Elegimos preferentemente a alguien entre lo mejor de nuestro pasado, pero sin entender que han cambiado radicalmente las condiciones en que vivió. Si es verdad que la vida es una reacción defensiva ante el medio, es posible que en su reactivación sea la agresividad el único modo que tiene el recién renacido de salvar el lapso temporal que parece haber perdido. Nacer desde la postergación puede parecer un milagro, pero volver a ver la luz supone también rememorar el atraso. Revivir no significa rehacer la vieja vida. No existe cosa tal como una revida ni renacer es forma de corregir errores. Así que a lo peor lo que surge de nuestro invento recreador es un monstruo acomplejado. ¿Qué más da que parezca ir por delante de todo si representa lo que ya se dejó atrás y, pese a su gran poder, no logra quedar engranado en el presente y tirar de él? Si al final resulta impotente, nada bueno puede esperarse de semejante figura. Para eso sería mejor que él mismo renunciara y que, una vez desaparecido, procuráramos olvidar a ese engendro en el que quisimos hacer revivir, por gratitud, al personaje que una vez vivió y tan buen recuerdo nos trae. No somos nadie para hacer revivir nada y no deberíamos hacernos ilusiones sobre la el interés de nuestra posible reencarnación o renacimiento. Pero no todos pensamos igual y eso nos hace sospechar que en realidad vivimos entre individuos animados de segundas vidas, gente resabiada que vive interpretando personajes caducados, pero dotados para la nueva ocasión de una armadura nueva y más poderosa. Lo peor de todo es que buscan repetir su historia desde la ventaja y, como creen haber vencido al tiempo, viven el presente afanados en corregir pasadas culpas, errores y extravíos, sumidos en un tiempo de permanente redención, en una especie de purgatorio. Ni ellos mismos conocen su misión, pero aún sería lícita si no parecieran empeñados en mostrarnos, henchidos de sabiduría añeja, cuál debería ser nuestro camino. De poco nos sirven, sin embargo, sus poderes y saberes. Necesitamos cometer nuestros errores, no los suyos, porque sólo así crearemos un camino propio. Lo que no necesitamos es traer de nuevo a la vida, hacer revivir un imponente guía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario