La sabiduría viene a ser como el unicornio, un entendimiento que difícilmente se deja atrapar. Saber parece algo sencillo, tan sencillo como consultar viejos libros, escuchar la voz de los indiscutibles o ver con claridad donde la luz se esconde. A lo largo de los años, todo esto ha ido quedando estampado en papel, a veces como ley inalterable, otras como consejo pasajero. El tiempo en su avance nos permite comprobar, sin embargo, que no hay leyes inalterables ni consejos extensivos a todos. El saber bien quisiera crecer, pero nunca deja de ser ese niño que mece en sus brazos el poderoso Cronos. En cuanto él entona la melodía ancestral, los sabios intentan acompañarla como coro espléndido. De su arrullo hacen música y de esa pretendida música un verbo único y verdadero. En estas llega en vuelo siniestro el cisne negro y ahí el corazón de Cronos, temeroso, comienza a latir con violencia. Su compás pronto se acelera y aquellas voces soberbias, cada vez más temblorosas, se apagan. Con Cronos destronado, el saber queda al descubierto. Aunque enfático y arrogante, es demasiado frágil para hacer frente a los caprichos y asaltos impertinentes de tiempos nuevos e inciertos.
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