jueves, 27 de enero de 2022

De un tirón

¿Qué puedo decir, cuando ni siquiera sé cómo llegar a escribirlo? ¿Qué hago ahora diciendo que al tirar del hilo llegará hasta mí rodando mansamente un prometedor ovillo? Eso sería mucho decir y, además, hace mucho que está dicho. Y por muchos, pues muchos han sido, sí, los que han tirado, y muchas veces además, de ese hilo con el que ahora vengo yo a insistir. Debe ser porque creo que me puede bastar con tirar de un hilo para poder decir algo y abundar después en lo que digo. Por eso sigo aquí a la espera, insistiendo, porque confío en que, si no llego finalmente a dar con la palabra justa, en algún otro lugar encontraré esa fuente de la que todo lo efable mana. La sorpresa llega cuando, al tirar de ese delicado hilo, que un día fue vellón, aparece la oveja envuelta en espesa lana paciendo mansamente en el prado. Seguro que si vuelvo a tirar algo escucharé, aunque sólo sea dentro de mí, quizá sea un balido en vez de hacer sonar, para que todos sepan lo que digo, la campana. O sea que el juego de perseguir palabras me obliga a apostar por el balido de la oveja o por el tañido de la campana. De más está decir que no me gustaría recibir de la oveja semejante burla, que sería tanto como desautorizar mi escritura y dejar en claro que no tengo realmente nada que decir. Así que prefiero obviamente que suene la campana, que es un modo de poner a disposición de todos música llana, sin ecos ni figuras, sin retintines ni filigranas. No aspiro, tirando del hilo en este caso, a recorrer de arriba a abajo la escala, pues bien sé que de ahí sólo voy a obtener ritmos rudimentarios, músicas vulgares. Y eso siempre y cuando ese hilo tenso se vaya convirtiendo en un cordón robusto, porque cabe también la posibilidad, y sería una pena, de que, sin más ni más, se rompa. Digo pena porque con esa rotura yo me quedaría prácticamente mudo, con la misma sensación amarga que si hubiera perdido entre mis cuerdas vocales la única que realmente valía, la que sonaba mejor, la que arrancaba de mi interior los sonidos más profundos. Soy consciente de que sacándolos así, a golpes, nunca conseguiré hacer fluir mi música mental, lo que en el fondo pienso, de manera tersa, agradable y continua. Saliendo a trompicones, la verdad musical, esa verdad que toda música encierra, deja de ser compacta y unitaria para devenir discreta, fragmentada y a veces hasta dispersa. Eso hace que no pueda ser vista como un ejercicio acompasado y gratuito sino que se suceda como una serie de golpes de efecto. Al final la tinta y las melodías requieren sobre todo de eso, de continuidad. Y a mí ahora, aunque tengo en mi mano el hilo, me falta esa magia del continuo, es como si se hubiera perdido. Al otro lado del hilo me queda, bien es verdad, la campana. Cuando la taño en mi intento obstinado de solicitar la palabra precisa, de dentro me van llegando voces, o demasiado agudas o demasiado oscuras, pero nunca melodiosas, si digo la verdad. Las primeras resuenan en mí como gritos de alarma, las segundas parecen susurrarme graves y tajantes sentencias. Al final es inútil seguir por ahí. Todos sabemos que la palabra entre gritos ahogados no prospera y que tampoco cabe esperar mucho de material tan crudo como una sentencia. Los gritos alborotan y disparan emociones que confunden la verdadera música; las sentencias, dictadas por escrito, pueden atropellar y desgraciar a cualquiera que las lea. Tanto unos como otras son un peligro real y no deberían las voces que los alientan acabar circulando libremente por ahí. Como vemos, pues, algo tan simple como tirar del hilo puede traer consecuencias poco controlables. Aunque normalmente no llegas a conseguir con ello nada reseñable, corres el riesgo de poner en marcha palabrería vana, que aun pareciendo divertida resulta demasiado absurda como para dejarla ir sin caer uno mismo con ella en tremendo ridículo. Por fortuna, es más frecuente que tirando del hilo no vayas a parar a ningún ovillo ni te aparezcan ovejas, tampoco toparás con la campana ni dictarás ninguna sentencia. Lo más probable, y en ello encontramos además gran beneficio, es que tirar del hilo en busca de palabras acabe siendo, una vez sentado uno en su particular sitial, un ejercicio mental tan higiénico como tirar de la cadena.

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