Enero es el mes de los días cortos y de las jornadas largas, pesadas, interminables; de una en una van cayendo a plomo sobre nuestras cabezas. La lejanía de planes y la falta de expectativas nos hunden en una rutina mortecina y por obra de ella, sin darnos cuenta, vamos dejando las plumas. Así que de volar nada. Habrá que esperar a los Carnavales para que el ambiente mejore. Es entonces cuando la tierra, para entonarse, dicen que expurga sus demonios. Supongo que a nosotros nos pasa más o menos lo mismo, aunque no creo que en nuestro caso sean exactamente demonios lo que nos tiene poseídos. Diría que son las rémoras y el aburrimiento lo que nos impide ver las cosas con más claridad y otro ánimo. No hay que olvidar que estamos en los días cortos, por tanto escasos de sol y que además la mayoría son grises, casi opacos. No nos queda, pues, otro remedio que sobrellevarlos a base de apretar los dientes, un poco a cara de perro. Y así podemos asustar, claro. Si por ejemplo nos encontramos a alguien al que hace tiempo que no hemos visto, pongamos un lunes a media mañana, lo saludaremos mostrando con cortesía un gesto de fingida alegría, para disimular. Sin embargo, para pisar tierra y dejarnos de tonterías, no tardaremos en abordarlo seriamente y puede que hasta le preguntemos «¿qué, cómo lo llevas?». Si lo piensas, emplear en plena calle ante un transeúnte, por conocido que sea, esta fórmula que parece sacada de una visita a un pariente internado en el hospital, da una idea de la enfermiza modorra con que andamos por estas fechas. El otro, el conocido, tampoco suele hacer gran esfuerzo por salir de su letargo invernal, que incluye también la faceta mental, y si no se prodiga contándonos sus últimos males médicos y sus insuperables desgracias personales, puede que cierre la charla y abrevie con un «bueno, vamos tirando». Se supone, por la cara sufrida que muestra, que de lo que tira, como un resignado buey, es del carro. Pasado este intercambio, que se atiene al formulario, es inútil intentar sacar mucho más. De algún modo está todo dicho, y sin embargo, a veces, tras este bloqueo llega la noticia. Suele haber de por medio un «por cierto», como para repescar la atención, y a continuación: «no sé si sabes, se murió Mengano». Cara de sorpresa, por consiguiente, y un teatral «Aaah, vaya, hombre» es lo que ahí procede. Uno no sabe bien si no debería ser más explícito y estirarse un poco más, aunque normalmente sea para mal. Si va de avisado, quizá añada «pero estaba un poco delicado, ¿no?»; si de beato, pondrá los ojos en blanco y suspirando soltará «que pena, que Dios se lo lleve a su seno». Ahora bien, como estamos en Enero, es más probable que le salga el fondo cenizo y, creyendo que así marca distancias, se despida en plan lapidario con algo como «por esa misma senda hemos de ir todos». Todo para que no falte la alegría, porque estamos en Enero, y conviene recordar que todavía nos faltan 19 días, me temo que pantanosos.
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