martes, 1 de febrero de 2022

La consciencia corporal

Transparentes Selbstporträt (1987)
MoMA, New York
Si nos preguntamos cuál es el medio por el que entra nuestro exterior en relación con nuestro interior, la respuesta debería ser para cualquiera bastante evidente: el mediador es el cuerpo. De más está recordar que el cuerpo no es un simple soporte físico, que el cuerpo difunde al exterior y acoge en nuestro interior la consciencia del momento. Además de hacerlo explícitamente por escrito, Maria Lassnig sostuvo como santo y seña en su obra la importancia de esa consciencia corporal.
Imagino que lo que quería confirmar de ese modo es que, gracias a nuestra consciencia corporal, dejamos de ser objetos y nos convertimos en sujetos, en actores frente al mundo. A esa condición mediadora que es propia del cuerpo, decidió ella darle expresión plástica y lo hizo a través de su pintura. Con singular empeño, en ella vamos vislumbrando al sujeto que emerge. Tomará para ello como referencia un cuerpo que, si bien se muestra en ocasiones difuso, es, sin embargo, el más inmediato, el que tiene más a mano, el suyo. Probablemente no sea ajeno a este principio su predisposición a los autorretratos. En la misma línea podría explicarse su paso, en torno a los 60, de la abstracción a una figuración incipiente, algo desdibujada y de corte brutal, en la tradición expresionista centroeuropea. No renuncia al color, pero en general queda distribuido de un modo sencillo sin otro fin aparente que el de reforzar el tono dramático exhibido por la figura, casi siempre única. 
En el autorretrato transparente compuesto a finales de los 80 ese color oscuro y falto de matices ejerce una suerte de presión sobre la indefensa claridad alegada por el cuerpo. Todo el drama se concentra en el rostro, que parece mostrar a alguien que se mantiene inmóvil, aunque sin lograr salir de sí mismo. En él se adivina una tensión más propia de quien de quien vive una ilusión. El recuadro transparente, que podría ser un lienzo, ofrece a los ojos una visión irisada, que viene a mostrar el poder que el cuerpo tiene de extender su propia gama de color a la realidad. Con otro rigor, quizá más académico, ya había presentado esta misma propuesta, la visión a través del lienzo transparente, en otro autorretrato en 1972. Parece que es una figura que seguía en ella muy presente.

Hände (1983)

Otra figura por la que mostraba cierta predilección era la mano. La mano está en los confines del cuerpo y lo representa ante el mundo, en ella residiría la capacidad para actuar e intervenir en él. Algunos de sus poderes parecen haber querido ser resumidos en el cuadro anterior. Ahí está la mano que limita, la que detiene y la que agarra. A lo que se enfrentan estas manos no es a objetos, de forma más simbólica a lo que se enfrentan es al color, representado para la ocasión por unos trazos vagamente horizontales y paralelos. Se diría que frente a la energía que esas manos expresan no hay resistencia geométrica que se pueda oponer. A través de ellas el cuerpo busca dominar la situación, pero el cuerpo consciente lo que intenta es expresar partiendo de la explicación que ofrecen. Quizá sea cosa de mi imaginación, pero el conjunto podría ser visto también como una alegoría de la pintura mientras lleva a cabo su propósito fundamental de rendir al cuerpo y hacerlo consciente de una realidad a la que previamente se ha acotado, medido y finalmente aprehendido.

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