En cuanto uno sale de sí mismo y mira fuera, siempre se le antoja enigmática la disposición de las verdades, ese tejido también conocido como leyes naturales, cuando lo cierto es que el enigma más genuino permanece escondido en su propio manejo de la verdad. Más allá de la discreta creencia personal se abre uno a la aceptación ideal de la realidad y es a medio camino donde, como un puente ilusorio, encuentra la verdad, que nunca es una sino un consensuado círculo de representaciones, espejos vívidos en los que sólo buscamos reconocernos unos a otros como una conciencia universal, conciencia que, por abarcarlo todo, nos hace creer que no hay enigma que no pueda desentrañar.
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