¿Qué sería la luz sin la oscuridad? A lo sumo esa fina capa bajo cuyo tenue brillo se esconde el rigor de todas las cosas. La hoz y la espada, por ejemplo, son sólo grises intentos de dar forma a la pradera y hacer justicia en la plaza, pero a medida que avanzamos más allá de la frontera de nada nos sirven esas herramientas. En el bosque, donde tienen su origen, reclaman calladamente su vuelta. Las seguimos hasta los lagos más profundos en busca de transparencia, las vemos tallar en vano imágenes en las hondas cuevas. De su tímido destello, de su borroso poder, ni blanco ni negro, apenas esperamos defensa. Ahí el tiempo nos enseña lo que siempre fuimos, un fruto fortuito de las voraces tinieblas. Esa búsqueda estéril de una luz en la que poder renacer nos confirma que no hay otro destino que volver a ellas.
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