Puede que los términos de la protesta sean fruto de mentes más acostumbradas a criterios científicos, a valores numéricos, a expresiones formales. Eso no descalifica a sus autores, ni a ellos ni a su protesta. Pero desde esas cumbres intelectuales es imposible aterrizar con buen pie en la realidad, todo es caer. Y una vez que se cae, no hay modo de entender a esas otras mentes apegadas al territorio, posesivas, inclinadas, por su propia fragilidad, a mantener su poder y a ensanchar su dominio. A los 600 científicos rusos firmantes de la carta no les basta con desaprobar la llegada de las armas, apuntan directamente a los responsables de iniciar la guerra y, sobre todo, a los argumentos con que se ha impulsado. Dentro de la insensatez imperante, lo que la guerra, a su juicio, ha aportado como razones es un formidable turbión de «dudosas fantasías historiosóficas». Sin embargo, éste no es un ejercicio raro sino demasiado común, todo el mundo difunde esas fantasías como si fueran verdades incuestionables y no siempre es fácil atraparlas y reducirlas. Admito que lo de historiosofía es peyorativo, y como término quizá injusto, pero estamos viendo que, si se les da cuerpo a algunas de esas fantasías, resultan letales.
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