Podríamos partir de dos puntos a la hora de explicar qué clase de equilibrio personal nos ofrece nuestro mundo. Son dos puntos desde los que la visión que se nos muestra del equilibrio al que podemos aspirar es bien distinta. Estas dos visiones, que haré llegar a través de dos metáforas, resultan difícilmente compatibles. La pregunta implícita en ellas sería: ¿de quién depende nuestro equilibrio, de un paternal estratega o del benévolo azar? En la primera de las visiones, partimos de la idea de que la autoridad es esa figura etérea que nos mantiene suspendidos mediante ilusorios hilos, fiel reflejo del monopolio de la fuerza, en una suerte de estabilidad. En la segunda, aspiramos a instalarnos, aunque sea de modo fugaz y precario, en un mundo sin figuras protectoras, concebido como un campo de fuerzas abierto al forcejeo y la disputa, donde no pasaremos de ser sino posiciones en las que sólo ocasionalmente se da el ansiado equilibrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario