jueves, 17 de febrero de 2022

Hay cosas que se quedan y no siguen

Esta será una afirmación inestable, seguramente cierta pero sin prueba alguna que la confirme. Carezco de estadísticas que la avalen. Lo que digo es que de momento no todo lo que sabemos o hemos sabido se encuentra depositado en las redes como quieren hacernos creer. Por no hablar de la necesidad de filtrar y saber valorar hasta donde merece atención lo que contienen. No son el palacio del saber. No creo que esté en ellas el contenido de todas las bibliotecas ni siquiera el de los libros en circulación y nada de lo que los sabios transmitieron oralmente y nunca se registró. Sin embargo, mucha gente, cuando quiere saber, en vez de remontarse hacia atrás en busca de claridad, desiste de antigüedades. Advierten ahí una oscuridad que viene a prefigurar su ignorancia sobre lo que en su día el mundo aprendió, del mismo modo que esta ignorancia acaba por prefigurar un desdén al conocimiento pasado. El presente tecnológico se nos impone con sus medios y el futuro nos fascina, pero no nos gusta volver atrás y darnos cuenta de que la rueda no se inventó ayer; preferimos creer que somos sus inventores. Tampoco digo que ese conocimiento pasado se haya dejado atrás definitivamente, puede que esté asumido como fundamento pero que nos pase inadvertido o que se mantenga depositado y prácticamente oculto sin que a nadie le interese demasiado. Con tremenda ingenuidad hacemos renacer en las nuevas fábulas audiovisuales héroes y dioses como si nunca hubieran rondado éstos por nuestras cabezas. Y si vamos a los textos antiguos los afrontamos con tremenda literalidad y los ajustamos al lenguaje actual de tal manera que no le damos adecuada valoración a su importancia. Hay un modo de interpretarlos que sería útil y que es bien conocido, pero que se practica poco: la lectura entre líneas. Poner las afirmaciones pasadas en su contexto exige contemplarlas con la luz de fondo y no como cuadros planos, donde adquieren contornos demasiado definidos. Las afirmaciones en blanco y negro hacen de esos cuadros algo ilusorio y encima esa ilusión abstracta nos es presentada como una escena estable. Pero, por muy estables que esos cuadros parezcan, no es seguro que resulten duraderos. Normalmente la interpretación que se da en ellos es flor de un día, pues al día siguiente cambia el cuadro y se pierde así el sentido de la perspectiva. Cualquiera que lea textos antiguos necesita esa perspectiva. Le he llamado luz de fondo, porque ilumina las afirmaciones llevándolas a su entorno original, al entender que sólo de ese modo destacan, adquieren brillo entre las palabras y se pueden proyectar con cierto sentido hasta nosotros.

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