La idea en la que nos movemos es que el tiempo con su empuje gratuito nos hace avanzar casi insensiblemente por los renglones semanales que marca el calendario. Avanzar, exitoso verbo, que encubre una realidad mucho más prosaica y no pocas veces cruda. Porque ese empuje nunca es gratuito y el avance al que se alude no es otra cosa en realidad que el despreocupado consumo del tiempo que se nos ha ofrecido. La carrera emprendida no puede ser entendida simplemente como progreso, a lo sumo puede ser vista como aproximación cautelosa a ese punto más allá del cual la cerrada oscuridad y la total ignorancia anidan. Mientras nos vamos moviendo, nos sentimos acompañados primero y obsesionados más tarde por una idea devoradora: querríamos conocer dónde se encuentra ese punto. En nuestro recorrido hemos abierto vías antes impensables y de ese modo creemos haber ganado casi el mundo, pero aún así no conseguimos saber cuándo se truncará este afanoso avance, a dónde nos llevará nuestro arrogante progreso y, en definitiva, hasta cuándo gozaremos del favor del tiempo.
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