Cuántas veces reclamamos urgente ayuda y a cambio recibimos ambigüedad. No es de extrañar que veamos aparecer salvadores en la prolongada espera. Es así como hemos ido alimentando una próxima liberación, siempre a base de esperanzas confusas, y es por eso por lo que, tras cada fracaso, despertamos hundidos en la culpa. El doble filo de estas resonancias mesiánicas, donde se conjuga muerte y vida, es bien patente, y está quizá mejor expresado, en este terceto de un soneto de Walter Benjamin: Ángel de la paz cortado por la espada / Floreciente niño compañero de la muerte / Redentor que nos llama desde el exterminio. Todo concluye en este último verso: Sé tú salvador y liberador de nuestras culpas.
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