No es que quieran engañarnos. Pasa simplemente que, acosados por demandas demasiado urgentes de la gente común, hablan y hablan sin saber. Y a nadie se le puede condenar por ignorancia. Bastante tiene el pobre ignorante. Sí que se le podría condenar por ocultarla, como hacen a veces con cautela los más sabios. Pero la mayoría de los gestores públicos cree saber y habla como si supiera hasta que con el tiempo las desgracias se desatan y quedan al descubierto sus vergonzosas carencias. Entonces es cuando a regañadientes entonan un mea culpa ritual, más que nada para espantar las críticas, diciendo que ellos nunca pretendieron presentarse como expertos y que no tienen, por lo tanto, por qué sentirse culpables. ¿Qué culpa pueden realmente tener si algunos les creyeron? Esa es la exculpa; la culpa parece ser, pues, de los ignorantes que creen y acompañan con aplausos a los ignorantes. Pero ¿el engaño?, no lo ven, en ningún caso.
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