sábado, 27 de noviembre de 2021

Hijos del ocio

A pesar de los rigores que impone el mal tiempo y hace tan difíciles de sobrellevar las tareas diarias de un simple hombre de pueblo, los hombres de ciudad acuden pertrechados de imponente despliegue al encuentro de la naturaleza, con ropaje exquisito en muchos casos, llenos de vanidad y arrogancia casi siempre. A muchos les parece que exhibirse de ese modo es requisito para disfrutar de ese inhóspito mundo que sobrevive desafiante dando la espalda a la ciudad. Suponen y alimenta su fantasía que ese mundo está cargado de energía nueva, bien distinta de la que circula por las calles, los túneles y los canales, así como por los cableados, las antenas, las tuberías y toda clase de conducciones urbanas. Aunque sin afanes exhibicionistas, somos muchos los que consideramos cada vez más imprescindible salir, siquiera sea temporalmente, del raíl urbano. Estamos muy hartos de seguir por él a rueda todas las obligaciones que nos impone nuestro oficio o profesión. Necesitamos un tiempo para el ocio. El trote con el que a diario nos movemos, a rebufo siempre del vecino, del capataz, del directivo o del colega, nos hace marchar a remolque, soportando una permanente sensación de ahogo. Así que es muy fácil creer a los que nos dicen que podemos vivir una vida más auténtica respirando ese aire genuino y exótico que nos falta en las ciudades. Cambiar a todos esos quejosos compañeros de galeras nuestros por los mudos animales es finalmente un proyecto bastante apetecible. Además, en los tiempos que corren puede ser visto como un gesto con el que manifestamos nuestra clara voluntad de retorno y reintegración en la naturaleza. Es una lástima que para ello tengamos que exigir de toda la fauna que se muestre a nuestro paso sumisa e inofensiva, porque nos gustaría más verla correosa y valiente. Acostumbrados a mascotas, rebaños y demás, nos asombra ese desparpajo salvaje, aunque al final, por seguridad, los queremos obedientes y a nuestras órdenes. Deberían al menos entender que hemos venido a verlos y que por eso nos fastidia tanto esa manía suya de salir pitando a esconderse. Con ser esto desesperante, lo que nos resulta intolerable es ese afán de ignorarnos, escapar a sus guaridas y rendirse a sus hábitos sin ningún interés en presentarse. Algunos «naturalistas» se toman todo esto decididamente a mal, tiran de sus impulsos atávicos y se echan al hombro de inmediato sus armas, lanzándose seguidamente a la captura de las criaturas más débiles o ingenuas. Debe quedar claro, no obstante, que no a todos nos gusta pasearnos armados y preparados para la caza por los campos y los bosques. Somos muchos más los amigos de congeniar, confraternizar, convivir y, por qué no, de ser uno más en el seno de la madre naturaleza. De este modo cualquier humilde visitante puede conseguir sentirse por una vez en honda sintonía con el poderoso y energético pulso que emiten al unísono todos los seres vivos. Es cierto, por desgracia, que basta con que un abejorro le ronde insistente al visitante, perturbe su bien ganada armonía con el medio y, a su ridícula escala, le intimide para que éste busque recuperar sus galones. En un instante, al  insidioso zumbido le seguirá un zas seco y mortal. Por toda explicación, contará nuestro visitante que no debería esa molesta criatura haber cuestionado la jerarquía natural. De ahí esa urgencia para restablecer el orden descargando un soberbio manotazo sobre quien se mostraba a todas luces insolente y quizá hasta agresivo. Con las tripas del animal todavía pegadas al brazo, reemprende el visitante, ya más tranquilo y desenfadado, la venturosa senda con la que llenar su ocio. Tras haber asegurado ejecutivamente la paz en el exterior más cercano sigue su marcha en busca de la ansiada paz interior. Envuelto en fragancias florales, atento al canto de los pájaros, saludando el amable talante de las ovejas, ningún pensamiento inoportuno debería distraerle y permitir que el minúsculo drama protagonizado por ese abejorro pertinaz le empañe la fiesta. Y en esto está cuando, divisando el ameno prado con sus ovejas, aparece al fondo el lobo. Por jerarquía, estaría llamado a imponer orden y a defenderlas... Pero bueno, esto evidentemente ya es otra historia.

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