Veo series y películas, sigo relativamente atento a las tendencias dominantes en el mundo de la ficción audiovisual y no dejo de preguntarme, entre otras cosas, si la mejor armadura para las historias radica en los personajes o las tramas. Supongo que a los guionistas les resulta difícil decidirse. Del mismo modo que hay excelentes tramas corales (caso de The Wire), hay propuestas que no se sostendrían sin la solidez que prestan a la historia personajes bien perfilados (caso de House). Ahora bien, pienso también que, a la hora de perfilar los personajes y vertebrar la trama, se recurre con demasiada frecuencia a lo que podríamos denominar personajes limítrofes. Me refiero a personajes cuyas andanzas, por vivir inmersos en una situación problemática, ajenos a la norma general y en el límite de lo que podríamos entender como dominio social, dan con facilidad vida a tramas que resultan bastante atractivas para quien las disfruta y las ve de lejos, mayormente desde el sofá. Los guionistas no parecen tener especial dificultad en imaginar nuevos caminos a la perversión explorando la compleja psicología humana, en ampliar las facetas agresivas con que actúa el tipo abusivo y sin escrúpulos de siempre o en dibujar sencillas guerras entre buenos explícitos y malos solapados. Escogida una situación, o mejor diríamos un tema, pongamos por ejemplo la droga, los personajes surgen con facilidad y el esquema de la historia, calcado de cualquiera de las contadas variantes existentes, no tarda en hacerlos encajar. Junto al atribulado drogadicto surge su proveedor, un cínico que no duda en ahondar el pozo en que lo encuentra, y frente a él el redentor que llega al rescate a pesar de las múltiples dificultades con las que topará en el transcurso de su misión. Añadamos al cóctel amigos, parientes y sobre todo niños para que todo respire naturalidad en un ambiente de entrada inhóspito pero que siempre es fascinante para el espectador de sofá. Vistas veinte de estas variantes, la sensación que se nos queda es que ya las hemos visto todas. Nada llega realmente a sorprendernos. Salva esta circunstancia que siempre puede enamorarnos uno o varios de los intérpretes que entran en juego (grandes interpretaciones, imponente físico, encaje con el papel y demás). Así, gracias a ellos, acabamos por reflotar como si fuera un navío nuevo lo que desde hace años vemos navegar entre las ondas audiovisuales, o sea por cualquier plataforma o cadena. A veces me digo si para no caer en repeticiones insulsas no sería mejor partir de personajes menos limítrofes y como me cuesta decir normales diré simplemente más convencionales. He llegado al convencimiento de que el argumento más verdadero —prefiero evitar también lo de trama—, y en definitiva más productivo, aunque sea por incómodo, surge cuando se lleva a uno de esos personajes convencionales a una situación límite, a una situación en que quedaría fuera de su zona de confort. Podemos comprobarlo viendo cómo las aventuras de verdad atractivas, la más inquietantes, se dan cuando un tipo como el vecino de escalera se ve inmerso en un viaje insospechado, cargado de giros aparentemente naturales. Son esas aventuras las que comprometen su manera de comportarse habitual, las que lo enfrentan a nuevos dilemas. No hablo, por tanto, de retos olímpicos o de cuadrar la voluntad hacia objetivos, hablo de situaciones que muestran al hombre común el reverso oscuro de su normalidad, hablo más bien de dilemas morales.
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