Están los libros y las columnas de prensa que se te ajustan como un guante, que halagan tu temperamento, tanto si es díscolo como si es bovino, y vienen a dar cobertura a lo que desde hace tiempo pensabas sirviendo de pretexto a lo que querías hacer. De ellos se suele decir que fomentan una corriente de opinión de la cual, sin saberlo y sin permiso, participas a título perfectamente anónimo. Tampoco sabes con certeza hasta qué punto es caudalosa esa corriente por la que te dejas llevar. Lo único que puedes intuir grosso modo es quiénes la integran, aunque es probable que caso de tener que conversar con alguno de ellos salieras espantado de sus razones, tan diferentes de las tuyas, tan desconcertantes, tan agresivas. El caso es que cuando tu mentor traduce a expresiones definitivas y contundentes tus tímidos pensamientos es cuando empiezas a comprender, viendo además la compañía que congregan, lo que en el fondo tu mejunje mental tiene de grotesco. Llega después el momento decisivo en que ves con claridad lo poco que te une al energúmeno que enarbola la estaca para resolver lo que hasta hace poco tu veías como una diferencia de opinión. Embarcado, y no por azar sino por desidia, en el equipo camorrista, te sientes como si hubieras sido objeto de un secuestro del que sólo tu mismo eres culpable por tu manifiesta pereza mental y por abandonarte dejando que otros den expresión nítida y ejerzan de arietes contra todo lo que se tenga tieso con ayuda de tu vacilante forma de pensar.
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