«Haré todo lo que pueda por él». Él es el personaje principal y quien así se pronuncia nada más empezar, en la primera línea de la obra, que de este modo pasa a ser también la primera línea de defensa, es el autor de la novela. Lo que pueda hacer dicho autor por su personaje es para cualquier lector una incógnita, por más que cualquiera puede suponer que siempre goza de amplísima capacidad de maniobra. Aun así, por no entrar más a fondo, imaginemos el dilema más elemental: al final, ¿hay que salvarlo o condenarlo? Con su ferviente espíritu defensivo, lo probable es que se decante por lo primero. Además, conviene tener en cuenta que, de lanzarlo a la perdición, quizá en el abismo así abierto el personaje se lleve de la mano y arrastre en la caída al propio autor. Razón de más, pues, para redimirlo, aunque al hacerlo se perjudique la verosimilitud del cuento, merme la originalidad del invento y salgan a la luz las costuras con que está compuesto. En todo caso, hay que ponerse en el pellejo del autor y pensar que a nadie se le hace fácil liquidar públicamente a quien tanto se le parece.
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