domingo, 21 de noviembre de 2021

Naparlandia

Si te cuentan que un inteligente muchacho ha programado un algoritmo capaz de localizar el paradero del códice Goyana, aquel que desapareció junto con el príncipe Zaldún en los profundos y tenebrosos bosques de Almari, allá en Naparlandia, pide pruebas. Se ha ido sabiendo que Zaldún nunca fue príncipe y que era analfabeto, pero también que huyó con un cofre en el que el verdadero príncipe guardaba su tesoro, amasado a lo largo de los años en locas correrías de saqueo con su tropa por países tachados de ingenuos, donde todo se conseguía a base de fuerza y engaños, por lo que, aun sin ser inocente, podría pasar por héroe mítico, no en aquella primera versión, que lo hacía guardián estudioso en alguna remota borda de los anales y las leyes del viejo reino contenidos en el códice Goyana, que es en razón a lo que hoy se le busca, sino en esta otra versión de rapaz plebeyo, capaz de despojar al poderoso de su mística retirada y, lo que es más gordo, de sus ínfulas míticas. Curioso es que Zaldún escapara con los anales y, sin embargo, no haya constancia de él en ninguna historia, sino sólo en las historietas que se nos han ido transmitiendo, como si el mito hubiera nacido de hecho justo en el momento en que un noble degradado y en desgracia hizo desaparecer el código con los anales en la espesura llevándose además el botín obtenido de las agobiantes pechas impuestas a sus vasallos para independizarse e instaurar una floreciente arcadia ajena a leyes externas y gobernada por él. Se hace difícil obtener pruebas de todo esto, pero eso de ningún modo quiere decir que estemos ante un mito. Y por dos razones: porque los referidos son hechos que se conocen, bien es verdad que dinámicamente, o sea en constante ampliación de las líneas narrativas para así  intentar una visión más completa, y, por encima de todo, porque Naparlandia es una realidad que sigue ahí, que resiste y persiste como territorio solar de la sabiduría más profunda, como principio de nuestra razón y como fuente de nuestro poder sobre todas las cosas. Naparlandia nunca será un mito sino la llama viva que alienta en nuestro pecho y nunca podrá ser parte de un cuento llano. No ha nacido aún el muchacho, por muy inteligente que sea, que sea capaz de hurgar entre veinte renglones para zanjar con coordenadas y fríos números el valor de la historia de nuestro buen príncipe Zaldún, que ya mayor y abrumado por las amargas vivencias que había tenido, decidió retirarse al bosque, no sin antes repartir generosamente el contenido del cofre donde guardaba sus pertenencias entre toda su gente, llevándose como única prenda un sencillo pergamino en el que habían dejado su huella dactilar ensangrentada sus feroces antecesores, poniendo así punto final a la dinastía y dejando a Naparlandia libre para siempre y al albur de lo que le marcaran los tiempos. Como ves, te ofrezco pruebas evidentes, te ilustro con verdadera historia, es cierto que a veces controvertida y casi siempre confusa, y lo hago para que no te dejes embaucar por el cuento del deslumbrante muchacho inventor, tan de actualidad, cuyo maravilloso algoritmo, tan novelado como programado, consigue fijar la verdad en un punto fijo desde el que todo, pasado y futuro, parece inmediatamente visible. Te advierto: eso es un mito, un mito viejo, un mito terrible, y no deberías creer en él.

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