Aunque sean homónimas, el destino mítico de las dos Antíopes es bien divergente. Poco tiene que ver la suerte corrida por la Antíope hija de Nicteo, rey de Tebas, a la que Zeus seduce tras presentarse ante ella como un sátiro, con la Antíope hija de Ares y reina de las amazonas, figura principal de la célebre batalla póntica en la que se ve enfrentada a los héroes griegos Hércules y Teseo. En principio la imagen de la mujer armada poco tiene que ver con la de la seducida. La seducida viene a reflejar dramáticamente el sometimiento que la cultura ha venido aprobando para la condición femenina. La mujer armada maneja un arma de doble filo: por un lado, asume el rotundo poder de la fuerza; por el otro, sabe que puede valerse también de la seducción. Esta última duplicidad parece haber dado buen juego en los melodramas del barroco musical y ha situado a Antíope en el centro de unas cuantas óperas. La figura, particularmente tornadiza, si no afeminada, de Teseo (con su larga lista de amores inconclusos), conviene bien como contrapunto a esta mujer fuerte y calculadora. Si la trama se completa con figuras imponentes como Hércules o con príncipes que buscan el amor travestidos de amazonas, las relaciones traídas y llevadas por el amor y la fuerza, se complican y la intriga crece. Todo este juego de géneros dobles propicia toda suerte de intrigas amorosas, contrastando su frágil sutileza lírica con intermitentes episodios de exaltación guerrera. La escena final de L'Antíope de Carlo Pallavicino parece reflejar ese hábil dominio de la situación por parte de la reina de las amazonas, que derrotada en el campo de batalla resulta vencedora en el amor, gracias a su astucia y al arbitrio del poderoso Hércules. Es precisamente en esa escena en la que la vemos cantar este vibrante Ven, corre, vuela a mis brazos. En honor a la verdad, digamos que el libreto de la ópera es de su hijo Stefano y que quizá esta aria final fuera obra, tras morir Carlo, de Nicolaus A. Strungk. La obra se estrenó en Dresde en 1689. Sólo queda por añadir lo maravillosa que resulta esta interpretación del aria, una de las más hermosas que conozco, a cargo de Lea Desandre.
Vieni, corri, volami in braccio, L'Antiope (1689), Carlo Pallavicino
Mezzosoprano: Lea Desandre.
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