Ni siento lo que digo ni digo lo que siento. Así de sencillo es el lema más productivo y universal de los que rigen en la actualidad. Porque la cabeza y el corazón no pueden ir de la mano. Es arriesgado. Escribe el poeta: Envuelto en aroma de jazmines amanezco en la gloria, cuando debería decir No hay mañana en que no me espante ella con su aliento. Sentencia el empresario: La reestructuración exigirá de todos enormes sacrificios, cuando debería decir Trescientos se van a ir a la calle, para mí sobran. Alerta el obispo: El cielo es patrimonio exclusivo de quienes observan la ley divina, cuando debería decir Aquí sólo puede haber cielo por ley para quienes disfrutamos de patrimonio. La verdad queda siempre comprometida, pero la mayoría de las veces acaba quebrada, en su permanente vaivén entre cabeza y corazón.
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