Cuando el viaje no es un traslado rutinario suele aparecer cargado de expectativas. Grandes o pequeñas, decir expectativas es tanto como vislumbrar en él incertidumbres. La principal es que nunca uno conoce lo que a su llegada realmente le espera. Si conoce el lugar y las gentes que lo habitan, siempre temerá que con el tiempo transcurrido se hayan obrado cambios que hagan prácticamente irreconocible lo que tenía por conocido y puedan dejar en suspenso la propia aceptación de su presencia, pues lo que nadie desea es ser malvenido. Si se mueve, por el contrario, a un lugar desconocido o vagamente conocido a través de noticias en publicaciones, la incertidumbre presidirá su acercamiento de forma cada vez más ostensible, por lo que instintivamente procurará desde el primer momento asimilar e ir encajando todo lo que va observando en el marco que previamente se había formado en una operación que siempre da pie a decepciones y sorpresas.
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